sábado, 17 de octubre de 2015

Caminaba por la playa, tirando de la correa, intentando que su perra no se desmadrara demasiado. Algo bastante complicado teniendo en cuenta el tamaño del animal y la escasa fuerza que desde siempre había tenido en los brazos. Si a eso le añadimos que, como siempre, iba pegada al móvil, cualquier esfuerzo era inútil. Valoró el riesgo de soltarla y, al ver la playa prácticamente vacía, se rindió antes los deseos de correr de su bóxer. Desenganchó la correa del arnés y disfrutó de las carreras alocadas y los derrapes en la arena con los que su perra tanto se divertía. Deseó poder ser tan feliz, con tan poco. ¿Y por qué no?, pensó mientras guardaba el móvil en el bolsillo y comenzaba a perseguir esa inquiera mancha marrón que corría sin dirección, sin sentido, sin ninguna intención más allá de disfrutar de la velocidad y el tacto de la arena en sus pies. Y ahí fue donde se dio cuenta, ser feliz no es difícil, lo difícil es aceptar que no puedes serlo en todo momento. Quizá sólo haya que disfrutar de los pequeños momentos (como seguir acentuando "sólo").
Hace tiempo que intenté volver aquí, a escribir como antes lo hacía, como si sirviera de algo. Pero no sé por qué, no conseguía que las palabras expresaran lo que yo quería decir. Supongo que cuando pierdes un hábito, recuperarlo resulta complicado. Aunque qué sabré yo de hábitos, si siempre he sido más de caos. Y por eso, aunque escribo y escribo, siempre acabo borrando. No es porque no tenga mucho que decir, si no porque parece que si no lo digo, no está ahí. Total, tampoco hay nadie que quiera leerlo.