martes, 30 de abril de 2013

Sintió el golpe antes de verlo. Sólo un instante, había perdido la concentración sólo un instante y aquél coche había aparecido sin que ella lo viera. Su corazón se paró durante unos segundos, mientras su cabeza procesaba lo que acababa de pasar. El conductor del otro coche salió gritando frases que ella no escuchaba, estaba demasiado concentrada en mantener la calma. Más gritos, policía, papeles. Y por fin, volvió a su coche, lo movió lo justo para dejar de entorpecer la circulación. Cogió el móvil. Un tono, dos tonos, tres tonos... como siempre, su madre nunca contestaba el teléfono a la primera. En su cabeza repasó su lista de prioridades. Envió un mensaje, corto, conciso, preguntándose si estaba bien que él fuera el segundo en la lista. Probó el primer número de nuevo, y esta vez sí recibió respuesta. Respiró profundamente, y con toda la entereza que pudo encontrar, soltó de corrido la frase que tenía preparada, y después rompió a llorar. Ya daba igual lo que su madre dijera, el llanto era irrefrenable. Por el teléfono se turnaban voces intentando consolarla, y ella se sentía cada vez peor, las palabras no salían de su garganta y sentía que nada podía calmarla. Colgó el teléfono y descubrió que mientras hablaba había recibido la contestación a su mensaje, mucho más tranquilo de lo que esperaba, mucho más frío... mucho más lejano. Pero dos o tres mensajes después, por fin llegó lo que tanto había esperado, lo que siempre conseguía de él, y, por fin, sonrió.

Y es que por mucho que te quieras alejar de alguien, si sigue dentro de ti, es lo único que te empuja a seguir.

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