viernes, 10 de junio de 2011

Como cada jueves Adrián espera nervioso, entre sus manos tiene el libro que ha devorado durante horas, leyéndolo una y otra vez, sólo porque ella se lo había dado. Y tenía razón, le había gustado. Aunque nunca sabría si le hubiera gustado de no habérselo prestado ella. Cuando el autobús llegó por fin a la parada esperada y ella subió, los nervios aumentaron. Él le tendió el libro casi sin darle tiempo a sentarse. Ella lo rechazó.
- Dáselo a alguien que pueda apreciarlo. Los libros son para leerlos, no para dejarlos en una estantería llenos de polvo.
Él, nervioso, colocó de nuevo el libro sobre sus piernas, agarrándolo con fuerza para que no se notara el temblor de sus manos. Los minutos pasaban y Adrián no sabía cómo seguir con la conversación, sobre todo porque ella le miraba con una divertida e infantil sonrisa. Pero él no quería que, ahora que por fin habían empezado a hablar. Así que se armó de valor.
- ¿Como te llamas?
- Mmm... Digamos que... Alicia. Todas las niñas inocentes se llaman Alicia.
Esa respuesta dejó a Adrián descolocado, así que cuando volvió a hablar lo hizo balbuzeando.
- Mi nombre es...
- Shhh. No lo digas. Te llamas Matías... Tienes pinta de Matías, y tocas el piano.
La confusión de Adrían crecía al igual que la sonrisa de ella.
- Pero...
- La vida es muy aburrida, Matías, es más divertida en el país de las maravillas.
Y tras esto, se levantó y bajó del autobús haciendo que su vestido se moviera en sintonía con el movimiento de su cuerpo, como sólo pasaba en las películas.

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