lunes, 26 de diciembre de 2011

Era una tarde tonta, en ese bar de siempre, con la gente de siempre, las risas de siempre. Y como suele pasar en estos casos, aparece el de siempre. Se sienta en la misma mesa y se une al coro de risas. Y es entonces cuando ella alza su escudo y empieza a fingir, a fingir que no se muere de ganas de abrazarle, que no le odia por estar ahí, como si todo aquello no hubiera existido, que no le odia cuando él le lanza esas miradas que la derriten por dentro, cuando la abraza, cuando se ríen juntos, cuando le da besos en el cuello...
... cuando esos besos se le escapan de las manos.

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