Gritar. Gritar hasta quedarme sin voz. Destrozarme la garganta y no sentir nada más que ese dolor. Y después no sentir nada. Caer por ese acantilado, grabado en mi memoria, y descansar. Dejar de pensar.
Y después despertar. De vuelta a esta absurda realidad que me revuelve la cabeza. No saber lo que me depara. No ser capaz de dejarte atrás. No poder gritar.
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