lunes, 28 de mayo de 2012

Él tenía 31, ella apenas 22, y por eso en un principio apenas se hicieron caso. Para él era una niña, y para ella él estaba totalmente fuera del radar. Pero un día empezaron las bromas, más tarde los abrazos y finalmente los besos a escondidas. Los avances y retrocesos, el miedo y las miles de sonrisas, los miles de escondites. Las caricias a escondidas y las miradas de reojo. Nadie les ha visto pasear, porque ellos creen que así está mejor, más sencillo quizá, pero entre cuatro paredes verdes se dejan llevar.

Y un buen día, sin avisar, la madurez se coló entre ellos. La lógica gano la partida y, como si fueran personas racionales, cada uno siguió su camino, ese del que casi habían conseguido escapar. Aún se ven a menudo y se preguntan si han hecho bien. Quizá algún día ella crezca o él quiera ser niño otra vez, pero ahora ella sueña con viajes y aventuras, y él piensa en las facturas que tiene que pagar.

No sé escribir finales
ni vivirlos.
Pero aún siguen las sonrisas,
algo más tristes quizás.

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