jueves, 28 de octubre de 2010

Él seguía tirado en la cama, sólo la sábana cubría su cuerpo moreno gracias a las horas de sol. Ella pensaba que él dormía, aprovechaba para escribir lo que había en su mente, convertido en historias irreales de personajes anónimos que tienen la suerte de no sentir. Él la observaba, disfrutaba de la imagen de sus piernas desnudas encogidas sobre el sofá en el que siempre se sentaba. Ella sintió su mirada y cerró el cuaderno con un suspiro.
- Desearía no escribir líneas tristes.
- A mí nunca me escribiste.
- Que no lo vieras no significa que no escribiera sobre ti. - Dejó el cuaderno sobre la mesa y se acercó, contoneándose sin darse cuenta, sin pretenderlo. Se sentó al borde de la cama y le dedicó una sonrisa, que desde hace tiempo siempre era triste. A él pareció bastarle, porque respondió con otra.
- ¿Escribiste sobre mí? - No estaba claro si sentía miedo o le hacía gracia, pero parecía realmente interesado.
- Muchas cosas. Cosas buenas, cosas malas... Todo dependía de lo que estuviera pasando entre nosotros.
- Y ahora, ¿estabas escribiendo sobre mí? - No le hacía gracia que le dedicara sus textos tristes, pero menos gracia le hacía que se los dedicara a otro.
- Eso es un secreto - susurró ella mientras paseaba la mano por el torso desnudo del que le acompañaba en la cama. Él supo enseguida lo que pretendía, y lo que eso significaba. Sabía que ya no era él el centro de su vida, y eso le dolía. Apartó su mano y se alejó de ella, girando hasta darle la espalda. Ella sabía que estaba dolido y que nada que le dijera ahora iba a cambiarlo. Regresó a su asiento y abrió de nuevo el cuaderno. Y siguió escribiendo, líneas aún más tristes.

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