miércoles, 27 de octubre de 2010

Siempre me despertaba para que le devolviera un poco de manta. Es lo que más recuerdo de él. Sus mordiscos en mi nuca, mi cuello, susurrandome que tenía frio, la culpa era mío, y tenía que calentarle. Esas eran las mejores noches. Al final yo tiraba de la manta a proposito y él deseaba que lo hiciera.

Luego por las mañanas ya no había ni frio, ni calor. Ese era nuestro problema, las mañanas. Él siempre con su café, su periódico y sus prisas. Yo sin Cola Cao, con los pies sobre la silla, mirándole, esperando una mirada. Llegué a odiar las noticias. Deseé vivir en un mundo en el que nunca pasara nada. Aburrido. Puede que así mis mañanas lo fueran menos. Que él se sentara a tomar su café, y que sus ojos se posaran en mí en vez de en aquél frio papel. Quizá así habría visto las lágrimas en mis mejillas poco antes de que todo acabara.

Si me hubiera prestado la más mínima atención antes de salir hacia el trabajo puede que yo siguiera allí. Después me reconoció que había mañanas en las que pensaba que al bajar el periódico yo estaría allí. Es gracioso, cuando estaba ni siquiera bajaba el periódico. Y las noches no compensaban eso.

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