jueves, 26 de agosto de 2010

Hablaba sin fuerza, sin ganas, con esa sonrisa que ya nunca llegaba a sus ojos. Él la miraba, siempre preocupado. Agarró su mano con suavidad, tras ese gesto, se hizo el silencio. Ambos se miraron, ella sintió el impulso de apartar la mano, el impulso de siempre, pero era consciente de que esta vez lo necesitaba. Una lágrima solitaria recorrió su mejilla. Ella bajó la mirada a sus manos entrelazadas, absorvida por un remolino de emociones que no quería experimentar. De pronto ese gesto significaba más de lo que ella se sentía capaz de afrontar. Liberó la mano con delicadeza, sin ser capaz de levantar la mirada.
- Sabes que no puede ser...
- Sólo me estoy portando como un amigo.
Ella volvió a mirarle.
- Puede que aquí parezcas un amigo - dijo mientras se apuntaba a la sien. Después trasladó la mano al corazón - pero aquí no lo eres.
Él se envalentonó con esa confesión.
- ¿Y por qué no haces caso a tu corazón?
- Porque por no hacer caso a mi cabeza, ahora estoy así.
- No tiene por qué ser igual.
- No tiene por qué ser distinto. - contraatacó ella.
- ¿Vas a vivir con ese miedo siempre?
- No lo sé - ella se recostó en la silla, suspirando - puede que alguien consiga que vuelva a ser valiente.
- Pero yo no soy ese alguien, ¿no? - estaba molesto, normal. Ya estaba cansado de ser rechazado una y otra vez por la misma persona.
- Lo siento, pero lo que yo necesito ahora es esto - esta vez fue ella la que entrelazó sus manos con las de él - si no puedes con eso, es mejor que lo dejemos aquí.
Él lo pensó un instante. Cuando separó una de sus manos, ella pensó que todo estaba perdido. Para su sorpresa, él recorrió el rastro que había dejado la lágrima por su mejilla. Ella sonrió y un pequeño brillo de esperanza apareció en sus ojos.

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