domingo, 22 de agosto de 2010

No te engañes. Nada ha terminado. No puedes recoger tus jirones y marcharte lejos a entretejer la tela con otro. Las costuras desgarradas no tienen fácil arreglo. Así que, señorita costurera, no olvides que fueron mis hilos los que formaron la prenda, nadie más logrará ver los místicos rayos que desprenden de ella. No olvides, pequeña costurera, que trabajaste día y noche, sin descanso, ni dedal, te pinchaste tantas veces que tu sangre se mezcló con mi magia. Sé que rechacé regalarte aquella máquina que tanto querías, nunca entendiste que los hilos con los que tan fino hilabas no soportarían tocar otra cosa que no fueran tus delicadas manos. Escucha atentamente, querida costurera, nadie te venderá jamás hilos como los que yo te regalaba, por el módico precio de una sonrisa. Señora costurera, no olvides que tus ropas ya no volverán a ser como antes eran, porque, como digo, mi dulce costurera, siempre sabrás que en alguna parte estoy yo, con los hilos que conseguían que tus ropas fueran maravillosas.
Hasta luego, señorita costurera, siempre hasta luego.

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