martes, 4 de septiembre de 2012

He aprendido a no confiar en la gente. Todos somos egoístas y miramos por nuestros propios intereses. Odio a toda esa gente que siempre queda bien, me desquicia hasta límites insospechados. No hay persona que se mienta más a sí misma que esa que dice que nunca te hará daño.

Una noche cualquiera, cierta persona, después de haber acabado con todo el alcohol de la ciudad y cuando los dos estábamos a punto de caer dormidos, me dijo "Al final te haré daño y me odiarás". Seguramente él ni siquiera se acuerda de esa noche, de esa frase, pero a mí se me quedó dentro, porque no lo creí. Y eso que por entonces ya había empezado a descubrir de lo que él era capaz, de que su egoísmo estaba varios pasos por delante. Pero yo, ilusa de mí, me creí que siendo una persona tan racional como soy, no iba a enamorarme, y por tanto, no habría nada que él pudiera hacer para causarme tal daño. Y ahora aquí estoy, viviendo al borde de la línea del odio, sólo por no darle la razón.

El caso es que da igual que lo que me digas me suene a verdad (porque quién dice cosas malas de sí mismo) o suene tan perfecto que simplemente sea imposible, en el fondo de mí cabeza siempre resonará un "no te lo creas", sólo por si acaso.

Total,
que a cabezota no me gana nadie.





No hay comentarios:

Publicar un comentario

sonrisas al aire