miércoles, 8 de diciembre de 2010

Él se levantó de pronto, sacándola de su ensimismamiento. Ella no sabía cuánto tiempo se había perdido en su mente esta vez. No era la primera, y por mucho que lo intentara, tampoco sería la última.
- ¿A dónde vas?
Él apoyó las manos en la mesa con demasiada fuerza, haciendo que retumbará. La miró. Ella no conseguía descifrar su mirada, no sabía si lo que ardía era rabia o pena.
- Creo que soy idiota. Me he engañado a mí mismo pensando que de verdad te olvidarías de él.
- ¿A qué viene eso ahora? No he dicho nada...
- Ese es el problema, no dices nada. Llevas ahí sentada diez minutos sin ni siquiera mirarme. Pensé que si me iba, ni siquiera te darías cuenta.
- Me he dado cuenta...
Él cerró los ojos y respiró hondo mientras volvía a sentarse. No iba a callarse esta vez.
- Dime que no estabas pensando en él.
Ella respondió como una autómata.
- No estaba pensando en él.
- En qué pensabas, entonces.
Ella tuvo unos segundos de duda, ninguna excusa le parecía lo bastante buena. Él, cansado, se levantó y esta vez se marchó, no esperó a que ella respondiera con las verdades a medias de siempre. Se sorprendió cuando, en medio de la calle, ella le gritó que la esperara. No esperaba que ella hiciera nada, como siempre.
- Te dije que esto llevaría tiempo...
- ¿Cuánto tiempo? ¿Se supone que tengo que aguantar mientras piensas en él?
- Haz que piense en ti.
Y él la besó, un beso de esos que quitan el aliento, de los que hacía mucho que no le daba. Un beso que a ella le supo a esperanza, a cambio, a amor recuperado y, por qué no, a noches entre sábanas.

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