martes, 28 de diciembre de 2010

Mientras envolvía el regalo no podía dejar de pensar en que aquello era una estupidez, sabía que ella no estaría ahí para abrirlo. Un perro azul con un lazo amarillo, envuelto en papel naranja, por supuesto. Sonrió intentando recordar el día que hablaron de ello, era capaz de escuchar su voz, las risas, promesas que no estaba dispuesta romper, aunque ella había decidido tiempo atrás que aquellas promesas ya no valían nada. Recordó la última navidad, la única que habían pasado juntas, y entonces fue cuando brotaron las lágrimas, silenciosas, hacía mucho que no rompía a llorar, pero no estaba segura de qué dolía más. Aquellas lágrimas salían directamente del corazón, que desde hacía tiempo se iba desintegrando poco a poco. Dejó el paquete bajo el árbol que ella misma había hecho en su cuarto, no dejaba que su locura saliera fuera de esas cuatro paredes, porque seguir queriéndola como lo hacía era cláramente algo insano. Quién iba a decirle a ella que estudiando Psicología iba a dejarse llevar lo suficiente como para llevar a cabo sus ideas delirantes.

Es como el fenómeno del miembro fantasma, aunque ya no te estés ahí, sigo sintiéndote.

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